Último brindis, Nicanor Parra




Lo queramos o no 
sólo tenemos tres alternativas:
el ayer, el presente y el mañana.

Y ni siquiera tres
porque como dice el filósofo
el ayer es ayer
nos pertenece sólo en el recuerdo:
a la rosa que ya se deshojó
no se le puede sacar otro pétalo.

Las cartas por jugar
son solamente dos:
el presente y el día de mañana.

Y ni siquiera dos
porque es un hecho bien establecido
que el presente no existe
sino en la medida en que se hace pasado
y ya pasó...
como la juventud.

En resumidas cuentas
sólo nos va quedando el mañana:
yo levanto mi copa
por ese día que no llega nunca
pero que es lo único
de lo que realmente disponemos.



Nicanor Parra, nacido en Chile el año 1914, con su poesía provoca un nuevo giro en la poesía de habla hispana y, en especial, en la latinoamericana. Con su antipoesía instaura definitivamente en la lírica el lenguaje conversacional, el nihilismo, la ironía ingeniosa, la crítica corrosiva, la desacralización del yo poético, el uso de los grafitos y la expresión audiovisual. En su poema Manifiesto se puede observar cuál es su visión del poeta y la poesía. 

De este escritor, del que Borges afirmaba que con tal nombre no se podía ser poeta, podemos afirmar que es un revolucionario de la poesía. Tanto por la creación o movilización de la antipoesía y su novedad, como por el uso subversivo del lenguaje como medio revolucionario. 

Oda a una urna griega (Ode on a Grecian Urn) de John Keats

Tú, la novia inviolada del reposo,
hija del lento Tiempo y el Sosiego,
silvana poeta, cuenta tu frondoso
poema, más dulce que éste que yo alego:
¿qué leyenda foliada te rodea,
de hombres o de deidades, de los dos,
en Tempe o en la Arcadia pastoral?
¿De qué huyen las doncellas? ¿Y ese dios?
¿O es mortal? ¿Quién acosa y quién pelea?
¿Y aquellas flautas? ¿Qué éxtasis brutal?


Al oído las músicas son bellas,
pero más las que no se escuchan: suenen,
flautas, no las que se oyen, sino aquellas
calladas que a las almas enajenen:
joven del árbol, no podrás dejar
tu canción ni aquel árbol caer sus ramas;
nunca, nunca podrás besar, amante,
aunque estés cerca; no hay por qué llorar:
que aunque no seas feliz, ella no obstante
será por siempre hermosa y tú la amas.


Ah, feliz, feliz árbol, no dirás
adiós ni a hojas ni a la Primavera;
y feliz melodista, que tenaz
tocas siempre tu flauta cancionera;
¡Y el amor, más feliz! ¡Feliz amor!
Siempre ardiente mas nunca disfrutado
para siempre jovial, siempre anhelante;
muy por encima del humano ardor
que deja el corazón de pena hastiado,
la frente en fiebre, el hálito quemante.


¿Quiénes al sacrificio están viniendo?
Sacerdote, ¿a cuál verde altar orientas
al ternero que al cielo va mugiendo,
ornado con guirnaldas opulentas?
¿Qué aldea, junto al mar o junto al río
o en la falda de un monte en pía calma,
sin gente esta mañana se ha quedado?
Aldea, para siempre habrá un vacío
en tus mudos senderos, y ni un alma
dirá por qué está todo desolado.


Ática pieza, qué hermoso entramado
de elaborados hombres y mujeres,
con ramas y con hierbas matizado;
con tu callada forma nos sugieres
la misma eternidad. Cuando el proceso
de los años agote nuestra edad,
las penas de otros hombres has de ver,
siempre amiga, diciendo: "la verdad
es lo bello, y lo bello, verdad: éso
es todo lo que puedes aprender".



Fuente y texto en inglés: aquí




John Keats, es uno de los principales poetas del romanticismo europeo. Nacío en Londres en el año 1795 y murió en Roma en 1821. 


Su lírica se caracteriza por un lenguaje exhubreante e imaginativo, atemperado por la melancolía. Se dice que sus poemas más auténticos y memorables solo los pudo escribir en sus últimos años de vida, cuando -quizá, quién sabe- ya sentía de cerca la muerte. Cada día me quiere más mi muerte, que diría ya en el XX Bartolomé Lloréns

¿POR QUÉ ESOS LIRIOS QUE LOS HIELOS MATAN?, Miguel de Unamuno (Bilbao, 1864 - Salamanca, 1936)



¿Por qué esos lirios que los hielos matan?
¿Por qué esas rosas a que agosta el sol?
¿Por qué esos pajarillos que sin vuelo
se mueren en plumón?
¿Por qué derrocha el cielo tantas vidas
que no son de otras nuevas eslabón?
¿Por qué fue dique de tu sangre pura
tu pobre corazón?
¿Por qué no se mezclaron nuestras sangres
del amor en la santa comunión?
¿Por qué tú y yo, Teresa de mi alma
no dimos granazón?
¿Por qué, Teresa, y para qué nacimos?
¿Por qué y para qué fuimos los dos?
¿Por qué y para qué es todo nada?
¿Por qué nos hizo Dios?



Miguel de Unamuno (Bilbao, 1864 - Salamanca, 1936), es un poeta escritor y filósofo español de la llamada Generación del 98. Buen dibujante, estudió en el taller bilbaíno de Antonio Lecuona, pero, como él mismo confesó, la falta de dominio sobre el color le hizo desistir de una carrera artística. Estudió Filosofía y Letras en la Universidad de Madrid, obteniendo la calificación de notable en 1883, a sus veintiún años. Desde los inicios de su estancia en Salamanca, participó activamente en su vida cultural, y se hizo habitual su presencia en la terraza del Café literario Novelty, al lado del ayuntamiento, en la Plaza Mayor salmantina, costumbre que mantuvo hasta 1936. Desde aquella terraza cuando a Unamuno, refiriéndose a la Plaza Mayor de Salamanca, le preguntaban si era un cuadrado perfecto o no, él afirmaba: «Es un cuadrilátero. Irregular, pero asombrosamente armónico». En 1901 fue nombrado Rector de la Universidad de Salamanca, por primera vez, cargo que llegó a ostentar por 3 veces.

¡DIME QUÉ DICES, MAR!, Miguel de Unamuno (Bilbao, 1864 - Salamanca, 1936)

¡Dime qué dices, mar, qué dices, dime!
Pero no me lo digas; tus cantares
son, con el coro de tus varios mares,
una voz sola que cantando gime.
 
Ese mero gemido nos redime
de la letra fatal, y sus pesares,
bajo el oleaje de nuestros azares,
el secreto secreto nos oprime.
 
La sinrazón de nuestra suerte abona,
calla la culpa y danos el castigo;
la vida al que nació no le perdona;
 
de esta enorme injusticia sé testigo,
que así mi canto con tu canto entona,
y no me digas lo que no te digo.









PROFESIÓN DE FE, Antonio Machado


Dios no es el mar, está en el mar, riela
como luna en el agua, o aparece
como una blanca vela;
en el mar se despierta o se adormece.

Creó la mar, y nace 
de la mar cual la nube y la tormenta;
es el Criador y la criatura lo hace;
su aliento es alma, y por el alma alienta.

Yo he de hacerte, mi Dios, cual tú me hiciste,
y para darte el alma que me diste 
en mí te he de crear. Que el puro río 
de caridad que fluye eternamente, 
fluya en mi corazón. ¡Seca, Dios mío, 
de una fe sin amor la turbia fuente!



TE QUIERO, Luis Cernuda (Sevilla, 1902 - México, 1963)




Te quiero.
Te lo he dicho con el viento,
jugueteando como animalillo en la arena
o iracundo como órgano impetuoso;

Te lo he dicho con el sol,
que dora desnudos cuerpos juveniles
y sonríe en todas las cosas inocentes;

Te lo he dicho con las nubes,
frentes melancólicas que sostienen el cielo,
tristezas fugitivas;

Te lo he dicho con las plantas,
leves criaturas transparentes
que se cubren de rubor repentino;

Te lo he dicho con el agua,
vida luminosa que vela un fondo de sombra;
te lo he dicho con el miedo,
te lo he dicho con la alegría,
con el hastío, con las terribles palabras.

Pero así no me basta:
más allá de la vida,
quiero decírtelo con la muerte;
más allá del amor,
quiero decírtelo con el olvido.






Luis Cernuda es un poeta español nacido en Sevilla en 1902. Perteneció a una familia acomodada donde respiró una atmósfera de estricta disciplina y desafecto, reflejado en su carácter tímido, introvertido y amante de la soledad. Con el traslado de los restos de Bécquer empezó a leer poesía, entonces tenía 9 años. Estudió Derecho y Literatura Española, teniendo como profesor a Pedro Salinas, asistiendo a sus tertulias literarias. Lírico exquisito, fue encasillado entre los representantes de la «Poesía pura». En 1925 comenzó a frecuentar el ambiente literario, haciendo amistad con los más destacados poetas de su generación: Alberti, Aleixandre, Prados, y García Lorca,  entre otros. En 1927 publicó su primer libro lírico, Perfil del aire. Recibe duras críticas de Juan Ramón Jiménez, a quien nunca perdonará. Exiliado después de la guerra civil, fue profesor de Literatura en Glasgow, Cambridge, Londres, Estados Unidos y México, donde falleció en 1963.

EL POEMA, Pedro Salinas (Madrid, 1891- Boston, 1951)



Y ahora, aquí está frente a mí.
Tantas luchas que ha costado,
tantos afanes en vela,
tantos bordes de fracaso
junto a este esplendor sereno
ya son nada, se olvidaron.

Él queda, y en él, el mundo,
la rosa, la piedra, el pájaro,
aquéllos , los del principio,
de este final asombrados.
¡Tan claros que se veían,
y aún se podía aclararlos!

Están mejor; una luz
que el sol no sabe, unos rayos
los iluminan, sin noche,
para siempre revelados.
Las claridades de ahora
lucen más que las de mayo.

Si allí estaban, ahora aquí;
a más transparencia alzados.
¡Qué naturales parecen,
qué sencillo el gran milagro!
En esta luz del poema, todo,
desde el más nocturno beso
al cenital esplendor,
todo está mucho más claro.



Pedro Salinas, es un poeta español nacido en Madrid en 1891 y fallecido en Boston en 1951. Estudió Derecho y Filosofía y Letras. Fue profesor en las universidades de  Sorbona y Cambridge y conferencista en varias Universidades de América donde vivió desde 1936. Es considerado como uno de los grandes exponentes de la Generación del 27. De su obra poética se destacan, «Presagios», «Razón de amor»  y «Largo lamento». 

Salinas es conocido como el gran poeta del amor del 27. Pocos igualaron la sutileza con que supo ahondar en el sentimiento amoroso. Trasciende las puras anécdotas para encontrar la quinta esencia más gozosa de las relaciones sentimentales, pues, desde una posición claramente antirromántica, el amor es para él, en vez de sufrimiento, una prodigiosa fuerza que da plenitud a la vida y sentido al mundo. Es enriquecimiento del propio ser y enriquecimiento de la persona amada, un acontecimiento jubiloso: «¡Qué alegría vivir / sintiéndose vivido...!», exclama. El amor hace amar la vida, decir que sí al mundo: «¡Sí, todo con exceso: — la luz, la vida, el mar!». Sólo en su segundo libro (Razón de amor) aparece a veces un tono más grave, en ciertos poemas que hablan de los límites del amor o de su posible —acaso inevitable— final.


MEDIA NOCHE, Emilio Prados (1899-1962)


(Málaga, 6 de enero)

Duerme la calma en el puerto
bajo su colcha de laca,
mientras la luna en el cielo
clava sus anclas doradas.
¡Corazón,
rema!






Emilio Prados (Málaga, 1899 - México, 1962), estudió en Málaga hasta que a los 15 años obtuvo plaza en el Grupo de Niños de la Residencia de Estudiantes, donde el hecho de conocer a Juan Ramón Jiménez marcó profundamente su inclinación por la poesía. En 1918 se incorporó al Grupo de universitarios de la Residencia; fue entonces cuando conoció a Buñuel, Dalí, Lorca y Cernuda, entre otros. 
Tras ingresar en el sanatorio de Suiza por una enfermedad descube a los escritores europeos más sobresalientes y consolida su vocación de escritor. 

En 1924, ya en Málaga de nuevo, funda junto a Manuel Altolaguirre la revista Litoral. En 1925 empieza a trabajar como editor en Sur, también junto a Manuel Altolaguirre, aquí se publicarán muchas de las obras de los miembros de la Generación del 27. 

Ya en la República se muestra favorable a las ideas de izquierdas y se compromete durante la guerra civil, como muchos otros escritores, formando parte de la Alianza de Intelectuales Antifascistas. El 6 de mayo de 1939 parte, junto con otras destacadas figuras de la intelectualidad republicana, hacia México, donde residirá hasta su muerte en 1962.

QUIERO CREER, Gerardo Diego (1896-1987)



Porque, Señor, yo te he visto
y quiero volverte a ver
quiero creer.

Te vi, sí, cuando era niño
y en agua me bauticé,
y, limpio de culpa vieja,
sin verlos te pude ver.
Quiero creer.

Devuélveme aquellas puras
transparencias de aire fiel,
devuélveme aquellas niñas
de aquellos ojos de ayer.
Quiero creer.

Limpia mis ojos cansados,
deslumbrados del cimbel,
lastra de plomo mis párpados
y oscurécemelos bien.
Quiero creer.

Ya todo es sombra y olvido
y abandono de mi ser.
Ponme la venda en los ojos.
Ponme tus manos también.
Quiero creer.

Tú que pusiste en las flores rocío,
y debajo miel,
filtra en mis secas pupilas
dos gotas frescas de fe.
Quiero creer.

Porque, Señor, yo te he visto
y quiero volverte a ver
creo en Ti y quiero creer.





Última voluntad (Ardua mediocritas, 1997) de Enrique García-Máiquez

 
El día que yo me muera
que no se organice un drama
ni se monte una tragedia.

A la tarde de la vida
me examinarán de amor
los hechos y la poesía

y aprobaré, así que nada
de agrias desesperaciones
ni de lutos, ni de lágrimas.

Que den mi cuerpo a la tierra,
una oración a los Cielos
y mi escasa hacienda a Hacienda.

Si un concejal de Cultura
me editara un libro, vale,
más vale tarde que nunca.

Y puestos a dar la lata
yo quisiera de epitafio
este canto de esperanza:

"Esperanza, compañeros,
las almas viven y encima
resucitarán los cuerpos".