Fragmento de la obra de teatro Bodas de Sangre, Federico García Lorca (1898-1936)

(Salen. Por la claridad de la izquierda aparece la Luna. La Luna es un leñador joven, con la cara blanca. La escena adquiere un vivo resplandor azul.)

Luna:
Cisne redondo en el río,
ojo de las catedrales,
alba fingida en las hojas
soy; ¡no podrán escaparse!
¿Quién se oculta? ¿Quién solloza
por la maleza del valle?
Federico García Lorca en Nueva York

La luna deja un cuchillo
abandonado en el aire,
que siendo acecho de plomo

quiere ser dolor de sangre.

¡Dejadme entrar! ¡Vengo helada
por paredes y cristales!
¡Abrid tejados y pechos
donde pueda calentarme!
¡Tengo frío! Mis cenizas
de soñolientos metales
buscan la cresta del fuego

por los montes y las calles.

Pero me lleva la nieve
sobre su espalda de jaspe,
y me anega, dura y fría,
el agua de los estanques.
Pues esta noche tendrán
mis mejillas roja sangre,
y los juncos agrupados
en los anchos pies del aire.
¡No haya sombra ni emboscada.
que no puedan escaparse!

¡Que quiero entrar en un pecho
para poder calentarme!
¡Un corazón para mí!
¡Caliente!, que se derrame
por los montes de mi pecho;
dejadme entrar, ¡ay, dejadme! 

(A las ramas.)
No quiero sombras. Mis rayos
han de entrar en todas partes,
y haya en los troncos oscuros
un rumor de claridades,
para que esta noche tengan
mis mejillas dulce sangre,
y los juncos agrupados
en los anchos pies del aire.

¿Quién se oculta? ¡Afuera digo!
¡No! ¡No podrán escaparse!
Yo haré lucir al caballo
una fiebre de diamante.



Marinero soy de amor, Miguel de Cervantes (Don Quijote de la Mancha, cap. XLIII)

CAPÍTULO XLIII
Donde se cuenta la agradable historia del mozo de mulas,
con otros extraños acaecimientos en la venta sucedidos


Marinero soy de amor
y en su piélago profundo
navego sin esperanza
de llegar a puerto alguno.
 
Siguiendo voy a una estrella
que desde lejos descubro,
más bella y resplandeciente
que cuantas vio Palinuro.

Yo no sé adónde me guía
y, así, navego confuso,
el alma a mirarla atenta,
cuidadosa y con descuido.
    
Recatos impertinentes,
honestidad contra el uso,
son nubes que me la encubren
cuando más verla procuro.

¡Oh clara y luciente estrella
en cuya lumbre me apuro!
Al punto que te me encubras,
será de mi muerte el punto.





Ante las torres de Compostela (Gerardo Diego, 1896-1987)



También la piedra, si hay estrellas, vuela.
Sobre la noche biselada y fría
creced, mellizos lirios de osadía;
creced, pujad, torres de Compostela.

Campo de estrellas vuestra frente anhela,
silenciosas maestras de porfía.
En mi pecho —ay, amor— mi fantasía
torres más altas labra. El alma vela.

Y ella -tú- aquí,
conmigo, aunque no alcanzas
con tus dedos mis torres de esperanzas
como yo estas de piedra con los míos,
contempla entre mis torres las estrellas,
no estas de otoño, bórralas; aquellas
de nuestro agosto ardiendo en sueños fríos.




En marcha de tropel hacia un sereno, Carlos Loreiro López

A Ignacio Pagés

En marcha de tropel hacia un sereno
petril preñado de pasión y hambruna
un sol de arena con vientre de luna
descansa en su perfil de nazareno.

Ved ya que azuzan su blasón moreno
la sangre pide una canción de cuna
cuando el dolor emana cae por una
fuente de devoción y desenfreno.

La parca teje el surco de la herida,
por las cuatro mitades va su empeño,
ved ya que da la carne por rendida,

que mira donde cree ver a su dueño,
que tienta a ciegas la otra luz de vida
¡Con las manos clavadas en el leño!


Ecce Homo de Bartolomé Esteban Murillo (1617- 1682)

RIMA IV, Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870)


HABRÁ POESÍA


No digáis que agotado su tesoro,
de asuntos falta, enmudeció la lira:
podrá no haber poetas; pero siempre
habrá poesía.


Mientras las ondas de la luz al beso
palpiten encendidas;
mientras el sol las desgarradas nubes
de fuego y oro vista;

mientras el aire en su regazo lleve
perfumes y armonías,
mientras haya en el mundo primavera,
¡habrá poesía!



Mientras la ciencia a descubrir no alcance
las fuentes de la vida,
y en el mar o en el cielo haya un abismo
que al cálculo resista;

mientras la humanidad siempre avanzando
no sepa a dó camina;
mientras haya un misterio para el hombre,
¡habrá poesía!



Mientras sintamos que se alegra el alma
sin que los labios rían;
mientras se llora sin que el llanto acuda
a nublar la pupila;

mientras el corazón y la cabeza
batallando prosigan;
mientras haya esperanzas y recuerdos,
¡habrá poesía!



Mientras haya unos ojos que reflejen
los ojos que los miran;
mientras responda el labio suspirando
al labio que suspira;

mientras sentirse puedan en un beso
dos almas confundidas;
mientras exista una mujer hermosa,
¡habrá poesía!






Leopoldo Panero (La estancia vacía, 1945)


Señor, el viejo tronco se desgaja,
el recio amor nacido poco a poco,
se rompe. El corazón, el pobre loco,
está llorando a solas en voz baja,

del viejo tronco haciendo pobre caja
mortal. Señor, la encina en huesos toco
deshecha entre mis manos, y Te invoco
en la santa vejez que resquebraja

su noble fuerza. Cada rama, en nudo,
era hermandad de savia y todas juntas
deban sombra feliz, orillas buenas.

Señor, el hacha llama al tronco mudo,
golpe a golpe, se llena de preguntas
el corazón del hombre donde suenas.





Tengo miedo a perder la maravilla, Federico García Lorca (1936)


Tengo miedo a perder la maravilla
de tus ojos de estatua, y el acento
que de noche me pone en la mejilla
la solitaria rosa de tu aliento.

Tengo pena de ser en esta orilla
tronco sin ramas; y lo que más siento
es no tener la flor, pulpa o arcilla,
para el gusano de mi sufrimiento.

Si tú eres el tesoro oculto mío,
si eres mi cruz y mi dolor mojado,
si soy el perro de tu señorío,

no me dejes perder lo que he ganado
y decora las aguas de tu río
con hojas de mi otoño enajenado.


Dice la fuente, Manuel Machado

No se callaba la fuente,
no se callaba…

Reía,
saltaba,
charlaba… Y nadie sabía
lo que decía.

Clara, alegre, polifónica,
columnilla salomónica
perforaba
el silencio del Poniente
y, gárrula, se empinaba
para ver el sol muriente.

No se callaba la fuente.
no se callaba…

Como vena
de la noche, su barrena,
plata fría,
encogía
y estiraba…
Subía,
bajaba,
charlaba… Y nadie sabía
lo que decía.

Cuando la aurora volvía…



La Madre, Karol Wojtyla (Poesías, 1979) por José Antonio Muñoz Rojas

LA MADRE
4. Concentración madura

Las madres saben los instantes en los que el misterio humano
despierta un reflejo de la luz en sus pupilas,
que parece tocar el corazón con la mirada apenas.

Sé de estas lucecitas que pasaron
sin despertar ningún eco
y duran lo que dura un pensamiento.

Hijo mío, complicado y grande, hijo sencillo,
conmigo te acostumbraste a pensamientos comunes a todos los hombres,
y, a la sombra de estas ideas, esperas la profunda voz del corazón
que en cada persona suena de manera distinta.
Yo soy Madre distinta
y esta plenitud nunca me cansará.

Cuando eres presa de un instante como éste,
no sientes cambio alguno, todo lo mío te aparece sencillo.
Ya sabes, cuando las madres captan en los ojos de sus hijos
el hondo latido del corazón,
también estoy allí, recogida en su misterio.



José Antonio Muñoz Rojas (1909-2009) fundó -con José Antonio Maravall, Leopoldo Panero y José R. Santeiro- Nueva Revista, con la publicación de su primer libro Versos de retorno (1927) entró en contacto con Altolaguirre y Prados, y se granjeó la amistad de muchos poetas del 27, como Vicente Aleixandre. Fue Premio Nacional de Poesía en 1998 por Objetos perdidos, y en 2002 se le concedió el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana por el conjunto de su obra.