Luchando, cuerpo a cuerpo, con la muerte,
al borde del abismo, estoy clamando
a Dios. Y su silencio, retumbando,
ahoga mi voz en el vacío inerte.
Oh Dios. Si he de morir, quiero tenerte
despierto. Y, noche a noche, no sé cuándo
oirás mi voz. Oh Dios. Estoy hablando
solo. Arañando sombras para verte.
Alzo la mano, y tú me la cercenas.
Abro los ojos: me los sajas vivos.
Sed tengo, y sal se vuelven tus arenas.
Esto es ser hombre: horror a manos llenas.
Ser —y no ser— eternos, fugitivos.
¡Ángel con grandes alas de cadenas!
Blas de Otero es uno de los más grandes poetas que nos ha dado el siglo XX. Desde una postura que parte del existencialismo se plantea (y se planta ante) el sufrimiento humano, un misterio en el que indaga a través de sus versos, y lo hace también aprovechando con gran acierto recusos de tipo fonético, rítmico, musical.
De su poesía se suelen distinguir tres etapas, las dos primeras -religiosa y existencial- con un marcado carácter más íntimo y la tercera -social- con una vertiente más política e influenciada por el acontecer de su tiempo.
Ha sido distinguido con premios como el Premio Boscán (1950), el Premio de la Crítica (1958), el Premio Fastenrath (1961) o el Premio Casa de las Américas (1964).