EL PENSADOR DE RODIN de Gabriela Mistral (1889-1957) en Desolación (1922)

   A Laura Rodig
Con el mentón caído sobre la mano ruda,
el Pensador se acuerda que es carne de la huesa,
carne fatal, delante del destino desnuda,
carne que odia la muerte, y tembló de belleza.


Y tembló de amor, toda su primavera ardiente,
y ahora, al otoño, anégase de verdad y tristeza.
El "de morir tenemos" pasa sobre su frente,
en todo agudo bronce, cuando la noche empieza.


Y en la angustia, sus músculos se hienden, sufridores.
Cada surco en la carne se llena de terrores.
Se hiende, como la hoja de otoño, al Señor fuerte


que le llama en los bronces... Y no hay árbol torcido
de sol en la llanura, ni león de flanco herido,
crispados como este hombre que medita en la muerte.





Ahora te quiero..., Pedro Salinas (1891-1951) en Razón de Amor (1936)



Ahora te quiero,
como el mar quiere a su agua:
desde fuera, por arriba,
haciéndose sin parar
con ella tormentas, fugas,
albergues, descansos, calmas.
¡Qué frenesíes, quererte!
¡Qué entusiasmo de olas altas,
y qué desmayos de espuma
van y vienen! Un tropel
de formas, hechas, deshechas,
galopan desmelenadas.
Pero detrás de sus flancos
está soñándose un sueño
de otra forma más profunda
de querer, que está allá abajo:
de no ser ya movimiento,
de acabar este vaivén,
este ir y venir, de cielos
a abismos, de hallar por fin
la inmóvil flor sin otoño
de un quererse quieto, quieto.
Más allá de ola y espuma
el querer busca su fondo.
Esta hondura donde el mar
hizo la paz con su agua
y están queriéndose ya
sin signo, sin movimiento.
Amor
tan sepultado en su ser,
tan entregado, tan quieto,
que nuestro querer en vida
se sintiese
seguro de no acabar
cuando terminan los besos,
las miradas, las señales.
Tan cierto de no morir,
como está
el gran amor de los muertos.








ARS LONGA, de Gabriel Insausti (San Sebastián, 1969) en VIDA y milagros (2007)

       
Deja, por un momento, esa tarea
que empezaste hace rato -los papeles,
las notas de un cuaderno, algunos libros-
y mira:
            a los castaños
que hay frente a tu balcón, les han salido
algunas hojas nuevas y su tiemblo,
en el aire esporádico, resume
la belleza vulgar de esta mañana
de comienzos de abril.
                                   Abre la puerta,
descansa unos minutos y fuma un poco
y aprende la lección.
                                 En esa escena
transcurre, ajeno, un mundo
que no te necesita y que -lo sabes-
nunca dirán del todo tus palabras.



Gabriel Insausti Herrera (San Sebastián, 1969) es poeta, traductor y profesor de literatura en la Universidad de Navarra. Por Últimos días en Sabinia, ha recibido el premio "Arcipreste de Hita" 2000 y ha logrado el tercer premio en el Premio Nacional de Poesía 2002.

Entre sus libros de poemas se cuentan Últimos días en Sabinia (2001), Destiempo (2004), Cristal ahumado (2006) y Vida y milagros (2007), poemario al que pertenece este poema.

ADIOS RÍOS, ADIOS FONTES, Rosalía de Castro (1837-1885) en Cantares Galegos

   
Adiós, ríos; adios, fontes;
adios, regatos pequenos;
adios, vista dos meus ollos:
non sei cando nos veremos.

Miña terra, miña terra,
terra donde me eu criei,
hortiña que quero tanto,
figueiriñas que prantei,
prados, ríos, arboredas,
pinares que move o vento,
paxariños piadores,
casiña do meu contento,
muíño dos castañares,
noites craras de luar,
campaniñas trimbadoras,
da igrexiña do lugar,
amoriñas das silveiras
que eu lle daba ó meu amor,
camiñiños antre o millo,
¡adios, para sempre adios!
¡Adios groria! ¡Adios contento!

¡Deixo a casa onde nacín,
deixo a aldea que conozo
por un mundo que non vin!
Deixo amigos por estraños,
deixo a veiga polo mar,
deixo, en fin, canto ben quero...
¡Quen pudera non deixar!...


DUDA FILOLÓGICA FRENTE AL REAL DECRETO 6/12 DE CUALQUIER AÑO DE LA VIGENTE LEY DE EDUCACIÓN, Sergio Arlandis (Caso Perdido, 2010)

 

De tanto empeño, de tantos rostros
que son todos los rostros del pasado;
de estos ojos que a sí mismos se borran,
del esfuerzo, del seco sudor de los asientos,
de esas marcas de los fracasos,
del silencio de las letras en negro,
de la fingida voz de aquellos poemas,
de páginas en blanco que se llenan
de vocación transeúnte y mendiga;
de lecturas ya muy poco inocentes,
de aquello que exigimos a los días
como si el corazón de sus luces
fuera un pájaro atrapado en la mano...
¿De dónde nace su honda recompensa?
¿Dónde la ley que la explique en la noche?
¿Qué soledad nos llena: la victoria o su lucha?


Casida de la rosa, Federico García Lorca (1898-1936)


La rosa
no buscaba la aurora:
casi eterna en su ramo,
buscaba otra cosa. 

La rosa,
no buscaba ni ciencia ni sombra:
confín de carne y sueño,
buscaba otra cosa. 

La rosa,
no buscaba la rosa.
Inmóvil por el cielo
buscaba otra cosa.



Retrato del hombre que siempre va conmigo, sobre Antonio Machado (1875-1939)

RETRATO (Campos de Castilla, XCVII, fragmento)


Converso con el hombre que siempre va conmigo
--quien habla solo espera hablar a Dios un día--;
mi soliloquio es plática con este buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.


Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.


Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.




  
EN UNA TARDE CENICIENTA Y MUSTIA

Es una tarde cenicienta y mustia,
destartalada, como el alma mía;
y es esta vieja angustia
que habita mi usual hipocondría. 

La causa de esta angustia no consigo
ni vagamente comprender siquiera;
pero recuerdo y, recordando, digo:
—Sí, yo era niño, y tú, mi compañera.
            

Y no es verdad, dolor, yo te conozco,
tú eres nostalgia de la vida buena
y soledad de corazón sombrío,
de barco sin naufragio y sin estrella.
Como perro olvidado que no tiene
huella ni olfato y yerra
por los caminos, sin camino, como
el niño que en la noche de una fiesta
se pierde entre el gentío
y el aire polvoriento y las candelas
chispeantes, atónito, y asombra
su corazón de música y de pena,
así voy yo, borracho melancólico,
guitarrista lunático, poeta,
y pobre hombre en sueños,
siempre buscando a Dios entre la niebla.


El ciprés de Silos, Gerardo Diego (1896-1987)

A Ángel del Río

Enhiesto surtidor de sombra y sueño
que acongojas el cielo con tu lanza.
Chorro que a las estrellas casi alcanza
devanado a sí mismo en loco empeño.

Mástil de soledad, prodigio isleño,
flecha de fe, saeta de esperanza.
Hoy llegó a ti, riberas del Arlanza,
peregrina al azar, mi alma sin dueño.

Cuando te vi señero, dulce, firme,
qué ansiedades sentí de diluirme
y ascender como tú, vuelto en cristales,

como tú, negra torre de arduos filos,
ejemplo de delirios verticales,
mudo ciprés en el fervor de Silos.