Y te quise traer un ciprés de Castilla
que hundiera sus raíces hasta tocar tus huesos:
Castilla que cantaste y amaste con locura
cuando faltó a tus pies su barbecho fecundo.
Raíces en lo hondo; copa esbelta en el cielo.
No ese ciprés de Silos que Gerardo cantara,
sino un ciprés aún tierno que creciese a tu vera
señalando al que pase la ruta que seguiste.
Así todos verán al levantar los ojos,
que no estás ahí donde tu nombre queda,
porque el ciprés, cual índice de verdor y esperanza,
guiaría su vista a tu verdad inmutable.
¡Qué guardia de cipreses en la tarde de oro!
y me acordé de ti y de aquellos poemas;
y de los que, después, colmaste con ese Amor
que te acunó la muerte.
Yo te quise traer un ciprés de Castilla.
¿Para qué? me pregunto. ¡Si ya la tienes toda!
Ernestina de Champourcin (Vitoria, 1905 - Madrid, 1999) nació en una familia social y económicamente bien situada. Pudo, por ello, recibir una exquisita formación académica y cultural que, probablemente, contribuyó a la formación de su delicada sensibliidad. En su adolescencia fue lectora de Verlaine, Lamartine, Víctor Hugo y Maeterlink. De entre las mujeres que formaron parte de la Generación del 27 (Concha Méndez, Rosa Chacel, Josefina de la Torre, Carmen Conde...), "Ernestina fue entre los años 20 y 30 la primera e indiscutible voz del grupo". Participó en las reuniones que organizaban Juan Ramón y Zenobia en su casa, donde conoció la poesía moderna y clásica inglesa. Se casó con Juan José Domenchina, que fue poeta y secretario personal de Manuel Azaña al proclamarse la II República. Tras la Guerra Civil se exilió a México, donde, a diferencia de su marido, encontró una segunda patria.
En 1948 conoció en Estados Unidos, donde visitaba a Juan Ramón y Zenobia, a una nieta de W. Irving, conversa al catolicismo. También conoció en esos años la obra de Thomas Merton, norteamericano converso al catolicismo en 1938. Estas lecturas fortalecieron los vínculos religiosos de Ernestina. En 1950 empezó a frecuentar una residencia universitaria dirigida por mujeres del Opus Dei, pasados dos años solicitó la admisión en la Obra. A partir de entonces su obra poética cogió un nuevo rumbo, haciendo madurar los temas religiosos en su poesía y adquiriendo un tono místico en su obra.
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