No me mueve, mi Dios, para quererte,
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temidopara dejar por eso de ofenderte.
¡Tú me mueves, Señor!, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera
que aunque no hubiera cielo yo te amara,
y aunque no hubiese infierno te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera,
porque, aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
Este soneto del siglo XVI es, sin duda alguna, una de las joyas de la literatura universal, de la española y de toda la corriente mística, que -si cabe- es mucho más que literatura. No se conoce el autor del poema por lo que permanece en el anonimato, aunque numerosos indicios apuntan a que su autor fuera san Juan de Ávila.
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