Tan hermosa eres Elvira, tan hermosa que dudo siempre que ante mí apareces, si eres un ángel o eres una diosa. Modesta, dulce, púdica y virtuosa la dicha has de alcanzar, pues la mereces. Dichoso, sí, dichoso una y mil veces aquel que al fin pueda llamarte esposa. Yo, humilde bardo del hogar tacneño, que entre pesares mi existencia acabo, para tal honra júzgome pequeño. No abrigues pues, temor porque te alabo: Ya que no puedo, Elvira, ser tu dueño, déjame, por lo menos, ser tu esclavo. |
Mario Vargas Llosa |
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